Is. 43: 16-21
Salmo 126
Fil. 3: 4b 14
Jn. 12: 1-8
Esta escena se desarrolla en Betania en la casa de María, Marta y Lázaro. Hasta allí habían llegado Jesús, unos días antes de la Pascua.
El texto de Juan, casi siempre se reflexiona desde la perspectiva del amor y la bondad de la mujer que derrama el perfume en los pies de Jesús y luego retira el exceso con sus propios cabellos. Esta reflexión es legítima e ilumina una parte del texto que no relata lo que aconteció en ese día en presencia de los discípulos.
Ahora vamos a reflexionar sobre la actitud y los deseos de Judas (el iscariote), y el texto mismo se encarga de explicarnos específicamente de quien se trata, para que no haya lugar a dudas. Juan nos dice que es el mismo Judas que posteriormente traicionaría a Jesús. Aquí nos cabe la sospecha, ¿por qué? El evangelista está preocupado de identificar bien a Judas de manera que no haya confusión.
La razón es, que ellos se conocían bien, entre ellos que habían andado por mucho tiempo juntos acompañando a Jesús, sabían quien era cada uno y que hacían, sabían con quienes se relacionaban. Judas era un hombre que pertenecía al grupo de los esenios. Los esenios eran un grupo muy violento. El mismo Juan nos dice que Judas era un ladrón y por esa razón estaba molesto por el desperdicio del perfume. En ese momento Judas se recuerda de los pobres, se recuerda que hay que trabajar por los más necesitados. Pero realmente Judas, estaba lejos de un sentimiento sincero, lo que él pensaba que si se vendía el perfume ese dinero llegaría a las arcas (caja de dinero) donde él podía robarlo.
Existen muchas formas de robar. Robar no es solo sustraer dinero de algún lugar o de alguna persona. Judas no aprendió a valorar lo que tenía, no logró visualizar la riqueza del reino que Dios les ofrecía, por eso él puso sus ojos en la riqueza temporal y pasajera que al final lo llevaría a la muerte. Judas al final muere ahorcándose como consecuencia de su propio pecado por la traición que le hace a su maestro, a Jesús el hijo de Dios. Juan nos enseña que no son las cosas materiales las que nos van a dar vida, no son las cosas materiales las más importantes, para darnos la paz y la tranquilidad que necesitamos y que deseamos.
Si vemos en el caso de Judas, lo que él pensó que le ayudaría, se convirtió en su peor tortura que lo llevo a su autodestrucción. Así como en el caso de Judas, existen muchas cosas que nos pueden llevar a poner nuestros ojos y nuestra atención desviándonos de las cosas centrales e importantes para los cristianos y cristianas. Así como Judas se desenfoco de su maestro y de todo lo que él representa, también el profeta Isaías nos advierte de la inminencia de este peligro.
El profeta Isaías, le profetiza a Israel contra la idolatría. Le advierte de no creer en dioces que son hechos de madera, es decir del mismo material que ellos mismos utilizan para cocinar y para calentarse del frío. Un dios hecho de ese material no puede ser un dios verdadero, esos dioses no escuchan las oraciones, los ruegos de sus hijos, no responden a las súplicas de aquellos necesitados. Por que a lo que le piden es a un pedazo de madera tallado o modelado por el mismo ser humano. El profeta dice que esas personas que adoran a estos dioces no podrán salvarse.
La idolatría ha existido en todos los tiempos y existe también ahora. Esta idolatría se nos presenta de diversas formas, a cual más sofisticada. Entre algunas de las formas tenemos: la moda, el consumismo, la vanidad, el dinero, los bienes materiales, en fin. Con esto no decimos tampoco que todo es malo. Pero sí tenemos que pedir a Dios la sabiduría y el discernimiento para distinguir entre lo necesario de acuerdo a lo que hacemos y de lo superfluo relacionado con nuestras condiciones.
Dios quiere lo mejor para sus hijos e hijas. El desobedecer lo que Dios nos ha mandado por medio de la ley, nos lleva a la destrucción a la angustia y finalmente a la muerte. El Apóstol Pablo en su carta a los Filipenses, nos enseña a valorar aquellas cosas que realmente tienen valor. Pablo nos manda a que nos cuidemos de la gente despreciable (como el la llama), de la gente que hace lo malo y que mutila el cuerpo. Pablo hace un recordatorio que “los verdaderos circuncidados somos nosotros los que adoramos a Dios movidos por el Espíritu”, de manera que no pongamos nuestra confianza en otras cosas que no sean las de Dios, nuestro Señor.
Finalmente decir que para Pablo no importa si se pierden las cosas materiales, las cosas que nos dan comodidad ilusoria o temporal si a cambio ganamos a Cristo. Pablo quiere que conozcamos a Cristo y que le sigamos para que también podamos gozar con él de la gloria de la Resurrección en el día final.
Rev. Blanca Irma Rodríguez
La Resurrección, 25 de Marzo de 2007.
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