Lc. 4:24-30 (Jn. 4:
44).
Gracia y paz de nuestro Señor
Jesucristo para todos y cada uno de ustedes, en este día de trascendental
importancia para la iglesia y pueblo salvadoreño.
Primeramente quiero agradecer la
atenta invitación que como Iglesia Luterana Salvadoreña, hemos recibido de parte
ustedes, Congregación Nuestra Señora de Los Ángeles. Agradezco también a su
equipo coordinador por medio de la Lic. Karen Larin y la señora Astrid Hurtarte,
por su esmerado interés en la realización de esta actividad. Agradecer también
de manera especial la apertura del Sr. Párroco Carlos Osorio de esta congregación, quien hizo
posible mi presencia ahora con ustedes.
Gracias a Dios la iglesia está
avanzando, la iglesia está dando señales de ser una iglesia viva, una iglesia
inclusiva, que quiere estar con y al lado de la gente, de los necesitados, de
los que como dice Jesús de esos pequeñitos, de los marginados, de los sin voz[1],
de los excluidos y excluidas que como yo, en mi calidad de mujer, hace unos 40
años atrás no hubiera sido posible que pudiera estar aquí predicando la Palabra
de Dios.
En esta ocasión quiero muy
brevemente referirme a dos temas: 1. El ecumenismo y 2. la profecía que es el
tema que el Evangelio nos enseña para este día.
1.
El Ecumenismo es: movimiento que busca la
restauración de la unidad de los cristianos, es decir, la unidad de las
distintas confesiones religiosas cristianas
«históricas», separadas desde los grandes cismas en los primeros siglos. Si
bien el término «oikoumenē» se utilizó desde los tiempos del Imperio
Romano para expresar al mundo como unidad, en la actualidad la
palabra «ecumenismo» tiene una significación eminentemente religiosa.
Estamos llamados a trabajar por
el ecumenismo, Por un ecumenismo real, consciente, de respeto, ya se han dado
algunos pasos y se han logrados algunos avances, pero falta mucho por hacer. En
esta ocasión Mons. Romero se convierte en la figura que nos une en una acción
ecuménica, pero que además nos revela también como la profecía de la cual nos
habló Jesús y que todavía tiene vigencia en aquellos que llevan una vida egoísta
de lujo y comodidad a los cuales no quieren renunciar.
2.
Mons. Romero fue un profeta. La profecía es un
Don de Dios que poseen algunas personas, hombres y mujeres que Dios le ha iluminado
y les da esta sabiduría.
El mensaje profético no siempre es
aceptado por todos, porque anuncia con anticipación sucesos que acontecerán en
el futuro pero que desde ya están presentes de alguna manera, la función del
mensaje profético es poner sobre aviso a los y las responsables para que se
arrepientan y cambien de actitud, de no hacerlo, Dios que es justo traerá tarde
o temprano su justicia.
El Salvador tiene la bendición de
Dios porque le mandó un profeta, y ese profeta es Mons. Oscar Arnulfo Romero. Algunos
intelectuales como el padre Ignacio Ellacuría en el funeral de la UCA dijo esta
expresión: “con Monseñor Romero
Dios pasó por El Salvador”
Que hizo Mons. Romero, de manera
que ahora nosotros estemos haciendo una relectura a lo que nos dice Jesús en el
Evangelio de Lucas 4: 24 dice: “Ningún profeta es aceptado en su Patria”, efectivamente,
es lo que ocurria en los tiempos de Jesús a los profetas no los querían, eran
aborrecidos y echados de las ciudades.
Esa realidad de rechazo todavía
es presente 2 mil años después aquí en El Salvador, hay un pequeño sector, el
mismo de siempre, el que lo desconoció ayer, le desconoce hoy y lo continuará
desconociendo en el transcurso del tiempo. Este sector no lo aceptan. Vale hacernos la pregunta ¿por qué
no le reconocen? la respuesta es sensilla, porque su profecía incomoda, su profecía les confronta, su
profecía denuncia la injusticia social ocasionada por este pequeño sector
social que ostentaban el poder y manejaban a su antojo la justicia, en detrimento
de las grandes mayorías.
Pero con la ayuda del Espíritu de
Dios, el Pueblo salvadoreño, sí le ha reconocido, al igual que lo ha hecho el
pueblo latinoamericano y todo el pueblo de Dios en el mundo que le conoce, que
conoce su mensaje.
Una vez más vemos el cumplimiento
de la palabra de Jesús en la Biblia, pero también vemos con alegría, la
actuación del Espíritu de Dios en el pueblo salvadoreño, que si le reconoce,
que si lo acepta, y es el mayor mérito para un profeta que su pueblo le reconozca.
La mejor forma de expresarlo es nominar diferentes obras con su nombre así
tenemos que este mismo día fue nominado nuestro aeropuerto internacional como
Mons. Oscar Arnulfo Romero y Galdámez, una Boulevard, una calle, varias plazas,
y hasta bustos. Lo mismo ha ocurrido en otros países, incluyendo hasta
Inglaterra.
Mons. Oscar Arnulfo Romero, es
nuestro profeta, el profeta del pueblo salvadoreño que denunció la injusticia y
anunció el Evangelio llevando esperanza a los excluidos, a los marginados. En este día que conmemoramos 34 años de su
cruel asesinato, nos unimos en oración para que su mensaje y su testimonio,
permanezca firme y fiel en la memoria histórica de su pueblo.
Que la paz de Dios que sobrepasa
todo entendimiento guarde sus corazones y mentes en Jesucristo Señor nuestros.
Amén.
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